La era de los límites
DANIEL INNERARITY 29/12/2011
Publicado en El País, 29, diciembre, 2011.
A principios de los años noventa, el entonces líder de los socialdemócratas alemanes, Rudolf Scharping, visitaba a Ulrich Beck en su casa junto al lago Starnberg, al pie de los Alpes bávaros. El tema de la conversación era la sociedad del riesgo y los cambios que la izquierda debía acometer para entender las nuevas realidades y gobernarlas. Charlaban en el jardín y Scharping no conseguía encender un cigarro porque era incapaz de saber de dónde venía el viento y protegerse de él.
Beck me relataba unos años después la escena, que le parecía una imagen elocuente del desconcierto que se ha apoderado del sistema político en medio de la tormenta. Por un lado, simbolizaba muy bien esa nueva intemperie en que se ha convertido nuestro mundo imprevisible, inestable y contagioso. Fenómenos de tipo meteorológico, como los vientos, desbaratan cualquier protección. La política parece cada vez más un subapartado de la climatología o de la oceanografía; las elecciones se ganan o se pierden en función de unos movimientos tan poco dirigibles como los vendavales o las mareas. Por otro lado, las dificultades de Scharping reflejan la actual volatilidad de las instituciones políticas, lo que no es tanto un problema práctico de liderazgo político como una incapacidad de saber de dónde viene el viento, es decir, de comprensión.
¿De qué modo podríamos sintetizar el carácter general de esta nueva época, lo que tiene de inédito y requiere ser comprendido para actuar en ella? Entramos en un periodo caracterizado por la presencia creciente de más límites para la acción de gobierno de lo que estábamos acostumbrados, lo que nos obliga a reinventar la función de gobierno. No me refiero a las limitaciones de crecimiento o presupuestarias, que las hay, pero son consecuencia de una constricción más general.
La política siempre lo ha tenido difícil, pero en otros momentos había al menos un conocimiento asegurado, un espacio limitado, una legitimidad reconocida y una soberanía respetada que bastaban para sortear las dificultades de gobernar. Actualmente, la política está asediada por unas constricciones imprevistas que proceden del desajuste entre unas realidades que han desbordado los márgenes estatales y se articulan ahora en contextos globales, mientras que todavía no disponemos de instrumentos para gobernar esos sistemas, al tiempo que se ha puesto de manifiesto su limitada capacidad de autorregulación.
Estas constricciones a las que me refiero podrían agruparse en dos categorías: hay límites cognoscitivos y límites de autoridad, es decir, limitaciones que se refieren al conocimiento como recurso de gobierno y límites que tienen que ver con el recurso que solemos entender como poder.
Los límites cognoscitivos serefieren al hecho de que entramos en una era de mayores incertidumbres en general, pero de manera particularmente aguda en el caso de la política. Particularmente inquietante es la "ignorancia sistémica" cuando nos referimos a riesgos sociales, futuros, a constelaciones de actores, dentro de las cuales demasiados eventos están relacionados con demasiados eventos, de modo que queda desbordada la capacidad de decisión de los actores individuales... pero que con demasiada frecuencia también sobrepasa la competencia de los sistemas políticos en su conjunto. Cuando se trata de sociedades complejas, donde todo está densamente interconectado, la gran cuestión es cómo podemos protegernos de nuestra propia irracionalidad, de los encadenamientos fatales.
Estas limitaciones se ponen especialmente de manifiesto en ciertas asimetrías cognoscitivas a las que el poder político no estaba acostumbrado, más bien al contrario. Por un lado, en una sociedad del conocimiento los Estados ya no tienen enfrente a una masa informe de inexpertos, sino a una inteligencia distribuida, una ciudadanía más exigente y una humanidad observadora, de la que forma parte un gran número de organismos internacionales que no solamente les evalúan, sino que disponen frecuentemente de más y mejor saber experto que los Estados. Por otro lado, el aumento de la complejidad de los problemas que la política debe resolver se traduce en una disminución de las competencias cognitivas del poder político, muchas de cuyas dificultades proceden no tanto de que no pueda como de que no sabe. Por poner el caso agudo de la gobernanza financiera: toda la clave de la dificultad estriba en el hecho dramático de que los reguladores han de regular a partir del saber experto que le suministran quienes van a ser regulados. En estos y en otros muchos casos ocurre que, dicho sin eufemismos, el que manda ya no es el que más sabe.
La política, que estaba acostumbrada al control y la jerarquía, se ve obligada a gestionar las nuevas limitaciones, desarrollar una inteligencia cooperativa, reconstruir la confianza y pensar en los efectos sistémicos de las decisiones. Especialmente importante es el gobierno de los riesgos sistémicos, es decir, de los que proceden de una interacción no transparente entre los componentes de un conjunto concatenado. Buena parte de nuestro fracaso colectivo a la hora de gobernar el sistema financiero global, por ejemplo, se debe a que toda la acción regulatoria se ha dirigido a los componentes singulares, mientras que el modo como interactuaban esos elementos ha permanecido intransparente. Por supuesto que los riesgos sistémicos se caracterizan por una enorme cantidad de incertidumbre, pero hay modos de gestionar la incertidumbre; hay vida política -márgenes de acción, decisiones posibles- allá donde hay racionalidad, conocimiento, recursos y autoridad limitadas.
Existe otro conjunto de constricciones que se refieren a la dificultad de ejercer el poder, de representar una autoridad reconocida, de decidir o de ser eficaz en un mundo como el nuestro y en un momento como el actual. En medio de espacios abiertos y una densa interdependencia la soberanía es un instrumento muy limitado, las fronteras apenas protegen, los riesgos están mutualizados y entramos en ese ámbito de volatilidad y contagio que se ha hecho más inquietante desde que estalló la crisis económica, con todos sus corolarios: encadenamientos, contaminación, turbulencias, toxicidad, inestabilidad... ¿Cómo se gobierna una sociedad en la que los problemas carecen de límites mientras que los instrumentos están muy limitados?
Comencemos constatando que el poder duro (sin conocimiento, sin persuasión, unilateral, como orden) no es un procedimiento apropiado para los procesos sistémicos de elevada complejidad. Cuanto más depende la política de la formación de procesos de formación de una voluntad política inteligente, más anticuada resulta la idea de soberanía. Volvamos al ejemplo de la crisis financiera: los mercados financieros se desarrollan sobre una agregación transindividual de conocimiento y desconocimiento (incertidumbres, riesgos e ignorancia) que ninguna persona o institución singular está en condiciones de dirigir. Para gobernarlos la política tiene que proceder a una transformación profunda tanto de las ideas como de los procedimientos de gobierno para abrirlos a una mayor horizontalidad, tanto en relación con la sociedad que debe ser gobernada como hacia otros Estados con los que es preciso cooperar más intensamente.
Es cierto que los mercados están condicionando a los Estados de una manera brutal, pero ¿no será que los Estados son tan vulnerables ante estos ataques porque mantienen una estructura anacrónica y que podrían resistir si se tomaran en serio el camino de la cooperación? ¿Qué mejor contrapunto para la globalización financiera que una Europa que hubiera completado su transformación postsoberanista?
Necesitamos una nueva sabiduría de los límites y una inteligencia para entenderlos como una oportunidad para llevar a cabo una política en la que volvamos a combinar efectividad y democracia. De que la política aprenda este nuevo lenguaje depende que esté liderando las nuevas transformaciones o siga quejándose del poco juego que le permiten las nuevas circunstancias.
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DANIEL INNERARITY 29/12/2011
Publicado en El País, 29, diciembre, 2011.
A principios de los años noventa, el entonces líder de los socialdemócratas alemanes, Rudolf Scharping, visitaba a Ulrich Beck en su casa junto al lago Starnberg, al pie de los Alpes bávaros. El tema de la conversación era la sociedad del riesgo y los cambios que la izquierda debía acometer para entender las nuevas realidades y gobernarlas. Charlaban en el jardín y Scharping no conseguía encender un cigarro porque era incapaz de saber de dónde venía el viento y protegerse de él.
Beck me relataba unos años después la escena, que le parecía una imagen elocuente del desconcierto que se ha apoderado del sistema político en medio de la tormenta. Por un lado, simbolizaba muy bien esa nueva intemperie en que se ha convertido nuestro mundo imprevisible, inestable y contagioso. Fenómenos de tipo meteorológico, como los vientos, desbaratan cualquier protección. La política parece cada vez más un subapartado de la climatología o de la oceanografía; las elecciones se ganan o se pierden en función de unos movimientos tan poco dirigibles como los vendavales o las mareas. Por otro lado, las dificultades de Scharping reflejan la actual volatilidad de las instituciones políticas, lo que no es tanto un problema práctico de liderazgo político como una incapacidad de saber de dónde viene el viento, es decir, de comprensión.
¿De qué modo podríamos sintetizar el carácter general de esta nueva época, lo que tiene de inédito y requiere ser comprendido para actuar en ella? Entramos en un periodo caracterizado por la presencia creciente de más límites para la acción de gobierno de lo que estábamos acostumbrados, lo que nos obliga a reinventar la función de gobierno. No me refiero a las limitaciones de crecimiento o presupuestarias, que las hay, pero son consecuencia de una constricción más general.
La política siempre lo ha tenido difícil, pero en otros momentos había al menos un conocimiento asegurado, un espacio limitado, una legitimidad reconocida y una soberanía respetada que bastaban para sortear las dificultades de gobernar. Actualmente, la política está asediada por unas constricciones imprevistas que proceden del desajuste entre unas realidades que han desbordado los márgenes estatales y se articulan ahora en contextos globales, mientras que todavía no disponemos de instrumentos para gobernar esos sistemas, al tiempo que se ha puesto de manifiesto su limitada capacidad de autorregulación.
Estas constricciones a las que me refiero podrían agruparse en dos categorías: hay límites cognoscitivos y límites de autoridad, es decir, limitaciones que se refieren al conocimiento como recurso de gobierno y límites que tienen que ver con el recurso que solemos entender como poder.
Los límites cognoscitivos serefieren al hecho de que entramos en una era de mayores incertidumbres en general, pero de manera particularmente aguda en el caso de la política. Particularmente inquietante es la "ignorancia sistémica" cuando nos referimos a riesgos sociales, futuros, a constelaciones de actores, dentro de las cuales demasiados eventos están relacionados con demasiados eventos, de modo que queda desbordada la capacidad de decisión de los actores individuales... pero que con demasiada frecuencia también sobrepasa la competencia de los sistemas políticos en su conjunto. Cuando se trata de sociedades complejas, donde todo está densamente interconectado, la gran cuestión es cómo podemos protegernos de nuestra propia irracionalidad, de los encadenamientos fatales.
Estas limitaciones se ponen especialmente de manifiesto en ciertas asimetrías cognoscitivas a las que el poder político no estaba acostumbrado, más bien al contrario. Por un lado, en una sociedad del conocimiento los Estados ya no tienen enfrente a una masa informe de inexpertos, sino a una inteligencia distribuida, una ciudadanía más exigente y una humanidad observadora, de la que forma parte un gran número de organismos internacionales que no solamente les evalúan, sino que disponen frecuentemente de más y mejor saber experto que los Estados. Por otro lado, el aumento de la complejidad de los problemas que la política debe resolver se traduce en una disminución de las competencias cognitivas del poder político, muchas de cuyas dificultades proceden no tanto de que no pueda como de que no sabe. Por poner el caso agudo de la gobernanza financiera: toda la clave de la dificultad estriba en el hecho dramático de que los reguladores han de regular a partir del saber experto que le suministran quienes van a ser regulados. En estos y en otros muchos casos ocurre que, dicho sin eufemismos, el que manda ya no es el que más sabe.
La política, que estaba acostumbrada al control y la jerarquía, se ve obligada a gestionar las nuevas limitaciones, desarrollar una inteligencia cooperativa, reconstruir la confianza y pensar en los efectos sistémicos de las decisiones. Especialmente importante es el gobierno de los riesgos sistémicos, es decir, de los que proceden de una interacción no transparente entre los componentes de un conjunto concatenado. Buena parte de nuestro fracaso colectivo a la hora de gobernar el sistema financiero global, por ejemplo, se debe a que toda la acción regulatoria se ha dirigido a los componentes singulares, mientras que el modo como interactuaban esos elementos ha permanecido intransparente. Por supuesto que los riesgos sistémicos se caracterizan por una enorme cantidad de incertidumbre, pero hay modos de gestionar la incertidumbre; hay vida política -márgenes de acción, decisiones posibles- allá donde hay racionalidad, conocimiento, recursos y autoridad limitadas.
Existe otro conjunto de constricciones que se refieren a la dificultad de ejercer el poder, de representar una autoridad reconocida, de decidir o de ser eficaz en un mundo como el nuestro y en un momento como el actual. En medio de espacios abiertos y una densa interdependencia la soberanía es un instrumento muy limitado, las fronteras apenas protegen, los riesgos están mutualizados y entramos en ese ámbito de volatilidad y contagio que se ha hecho más inquietante desde que estalló la crisis económica, con todos sus corolarios: encadenamientos, contaminación, turbulencias, toxicidad, inestabilidad... ¿Cómo se gobierna una sociedad en la que los problemas carecen de límites mientras que los instrumentos están muy limitados?
Comencemos constatando que el poder duro (sin conocimiento, sin persuasión, unilateral, como orden) no es un procedimiento apropiado para los procesos sistémicos de elevada complejidad. Cuanto más depende la política de la formación de procesos de formación de una voluntad política inteligente, más anticuada resulta la idea de soberanía. Volvamos al ejemplo de la crisis financiera: los mercados financieros se desarrollan sobre una agregación transindividual de conocimiento y desconocimiento (incertidumbres, riesgos e ignorancia) que ninguna persona o institución singular está en condiciones de dirigir. Para gobernarlos la política tiene que proceder a una transformación profunda tanto de las ideas como de los procedimientos de gobierno para abrirlos a una mayor horizontalidad, tanto en relación con la sociedad que debe ser gobernada como hacia otros Estados con los que es preciso cooperar más intensamente.
Es cierto que los mercados están condicionando a los Estados de una manera brutal, pero ¿no será que los Estados son tan vulnerables ante estos ataques porque mantienen una estructura anacrónica y que podrían resistir si se tomaran en serio el camino de la cooperación? ¿Qué mejor contrapunto para la globalización financiera que una Europa que hubiera completado su transformación postsoberanista?
Necesitamos una nueva sabiduría de los límites y una inteligencia para entenderlos como una oportunidad para llevar a cabo una política en la que volvamos a combinar efectividad y democracia. De que la política aprenda este nuevo lenguaje depende que esté liderando las nuevas transformaciones o siga quejándose del poco juego que le permiten las nuevas circunstancias.
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