Jorge Osorio Vargas
mayo, 2013
En un fenómeno que consideramos auspicioso y movilizador, el debate público sobre las políticas educativas, ha puesto en la agenda de los movimientos sociales el asunto de la construcción de Ciudadanía y su relación con los procesos formativos: esto nos plantea la exigencia tanto de realizar una lectura crítica de su tradición ética , como la identificación de su nueva cartografía de ideas y de prácticas. ¿Es acaso la educación ciudadana un altruismo indoloro que identifica Gilles Lipovetsky con el crepúsculo del deber y la ciudadanía fatigada y vacía de nuestra época? ¿Existen señales que nos permitan augurar en las nuevas formas de acción social que se desarrollan globalmente, que tienen su expresión en nuevas organizaciones privadas de desarrollo que persiguen fines públicos, la emergencia de un nuevo modo de practicar la educación ciudadana? ¿Se dirigirá la educación ciudadana actual hacia una privatización irremediable de las virtudes públicas enclaustradas por el minimalismo utópico? En este artículo queremos plantear que las condiciones contradictorias de la sociedad post-industrial replantean los modos de vivir el tiempo humano desde una racionalidad que no es únicamente económica y abren nuevas posibilidades de pensar y practicar la educación ciudadana. En efecto, la “situación de riesgo” que caracteriza esta nueva fase del desarrollo social a nivel global es el ámbito nuevo en que la educación ciudadana construye sus “imperativos” y “justificaciones” y sobre ellos nos queremos referir en este texto.
El planteamiento
central de la tesis de la sociedad de
riesgo es que los riesgos están insertos en la misma sociedad y no
podemos buscar soluciones en los mismos productores del riesgo. La sociedad se
vuelve desconfiada ante las dinámicas que la constituyen. La modernidad es
vista como una amenaza, irrumpe la experiencia de lo incontrolado, de lo
incierto, la dependencia, la vulnerabilidad, el desvalimiento ante la
contingencia, la exclusión. Se impone el miedo, la sociedad se hace más
agresiva, fundamentalista, descreída y enclaustrada en espacios privados
seguros.
Las razones de
esta sociedad de riesgo está en las nuevas relaciones que la modernidad
establece con los recursos de la naturaleza y la cultura, se amenaza la
biosfera y se violan o exterminan las tradiciones y los recursos culturales
propios de comunidades locales. El derecho, la economía, la ciencia y la
tecnología se hacen sospechosos y ellos mismos son identificados como elementos
de riesgo. El estado de bienestar está en crisis o bien en los suelos,
clausurado, lo que profundiza la indefensión y la vulnerabilidad.
Actuar ante estas
condiciones supone desarrollar dos grandes principios ante este tipo de sociedad:
El primero es el
principio de la reflexividad, que plantea una
nueva modernidad capaz de actuar
racionalmente para enfrentar la
incertidumbre del riesgo, a través del fortalecimiento de redes y asociaciones
“interpretativas” de ciudadanos que restablecen con el Estado nuevos contratos
en los cuales se garantizan derechos sociales fundamentales y desarrollan instituciones
solidarias que replantean como valores de sustentación del nuevo cambio
cultural, la reciprocidad y la confianza y plantean la importancia de
desarrollar un eco-aprendizaje .
El segundo es el principio de procura definido como la recuperación del sentido de la solicitud por el
otro y la solidaridad y responsabilidad con el género humano y lo natural es la
dinámica de los riesgos.
El
principio de procura se constituye en un argumento muy significativo de la
educación ciudadana pues plantea la exigencia de entenderla como un proceso de
creación cultural que se constituye en
los espacios privados y públicos en se
que forma la solidaridad voluntaria.
Desarrollar y fortalecer la educación para la ciudadanía
democrática contribuye también a
promover y descubrir nuevas formas de altruismo y solidaridad. Además,
debe ser un tema estratégico para las instituciones dedicadas a la promoción de la educación ciudadana
establecer y trabajar pedagógicamente la relación entre la calidad de los mundos vitales de los individuos y de
las comunidades - referidos a valores, capital cultural y estimativas
éticas -
y acción voluntaria de dar.
Siendo
la educación ciudadana una acción cultural es pertinente preguntarse cómo en la sociedad es posible capitalizar el
sentido ético de la solidaridad o del altruismo, promover una nueva imagen de
sociedad justa y abrir una puerta a la reflexión acerca del significado actual
del construir lo común. ¿Podemos
entender la educación ciudadana como
capital social, es decir como un recurso para el desarrollo, o bien su ámbito
de justificación debe estar sólo limitado a su carácter subjetivo e individual.
A
nuestro entender un aspecto clave del debate actual sobre la educación ciudadana es entenderla y desarrollarla más que desde un enfoque tradicional, vinculado sólo
al acto voluntario individual, sino redimensionando su ámbito individual y autónomo (que es un valor en sí
mismo) en una dirección de responsabilidad social ante los dilemas e incertidumbres de la sociedad de riesgo,
los miedos, la exclusión social y el deterioro ambiental. Los desafíos de una sociedad de riesgo nos obligan
a entender la educación ciudadana como
un recurso comunitario, como expresión
emergente de una ética del cuidado público que nos lleva a plantear un
necesario proceso de ciudanización de la educación.
La educación ciudadana sería entonces una expresión de una moral
pública, que crea confianzas entre sujetos y habilita a quienes la practican en
el respeto a la diversidad del otro y a sus derechos; abierta a procesos
voluntarios orientados a la creación y potenciación de vínculos y capacidades
sociales que permitan que los sujetos de tal educación se hagan competentes, autónomos y
buenos gestores de los recursos de su desarrollo.
Dicho
esto, es evidente que la educación ciudadana debe incorporar el principio de
reflexividad, que module la
responsabilidad social ante las exigencias de los nuevos riesgos
contemporáneos. Este planteamiento obliga a las instituciones promotoras de la educación
ciudadana a actuar como mediadoras capaces de vincular sinergéticamente los
llamados espacios vitales donde se origina la educación(los individuos, las
familias, los movimientos sociales, las comunidades, las empresas, etc.) con
los mapas de la necesidad, de la exclusión, de la discriminación y también de
las buenas prácticas potenciadoras de la plenitud humana y de la naturaleza.
Reconocemos
que la educación ciudadana debe ser capaz de reconocer las dinámicas propias de
cada época y por ello nuevas condiciones están permitiendo que nos planteemos
este debate. Influye en estas nuevas tendencias de la educación ciudadana la
disponibilidad de gran información acerca de los ámbitos de la vulnerabilidad
humana en esta época, la fuerza con que
se impone la idea de la pertinencia
de actuar en lo público creando
capacidades entre los sujetos de la
educación ciudadana para hacerlos cultural y políticamente competentes, la
tendencia a sustentar las democracias en ciudadanías responsables y
participativas.
Es
preciso reconocer que la educación
ciudadana no es ajena a los procesos de
des-tradicionalización: el mundo global y los espacios vitales originarios de
la educación se hacen más inciertos y se
colonizan con nuevas interrogantes resultantes de la consolidación de la
sociedad de riesgo. Las instituciones educativas requieren dosis mayores de
reflexividad, razonamiento y argumentación para explicar y dar sentido lo que
en otro tiempo se daba por supuesto. En algunos casos la tendencia ha sido
hacia la tecnificación de la educación; en otros casos, la educación se asume como una práctica situada en el
ámbito de la cultura y por lo tanto el asunto principal es reflexionar
sobre su sentido en la actualidad y transformarla en un “recurso” comunitario.
Una
importante influencia puede llegar a tener en algunos contextos un nuevo pragmatismo educativo. Algunas de
las nuevas posibilidades que abre este
pragmatismo educativo son el
descubrimiento del tiempo disponible que
deja la nueva sociedad de la
información y que potencialmente puede
orientarse a la acción social voluntaria, a la adhesión a movimientos
solidarios de carácter mediáticos; el
fortalecimiento de la práctica de un asociativismo ciudadano que pone el acento
en demandas postmateriales; el retorno de la pregunta por el sentido de lo
común como un tema clave de la modernidad que abre una nueva conversación
acerca de los derechos humanos en cuanto valores universales; la actualización
del tema del reconocimiento, de la confianza y la reciprocidad como componentes
del capital social de las comunidades revalorándose la dimensión cultural de
todas las políticas de desarrollo en cuanto acciones habilitadoras, creadoras
de capacidades y que reconocen la diversidad de los grupos humanos y los
derechos a la diferencia.
Podemos
reconocer que se está ante el fin de una educación ciudadana reactiva y se
gesta una educación ciudadana proactiva ante los
desafíos de la sociedad del riesgo y de la vulnerabilidad que incluye a grupos
humanos, pero también el medio ambiente y los recursos naturales. Esto exige la elaboración de nuevos mapas de organización del conocimiento
de la realidad y de la época y hace más compleja las transformaciones de los
mundos vitales originarios de la educación ciudadana, cuyas tendencias son
contradictorias y nos llevan a preguntarnos por la educación de las familias,
por la calidad de la educación moral de las escuelas, por la capacidad de
generar solidaridad social desde las
organizaciones de la sociedad civil, entre otros asuntos.
Tenemos
por delante la tarea de explorar cómo se van desarrollando estos procesos y
analizar experiencias y prácticas que
desde la innovación van abriendo camino hacia la nueva educación ciudadana.
Debemos saber: qué tipo de nuevas
“disposiciones” se requieren desarrollar, en las instituciones que promueven la acción educativa, para generar
respuestas ante los nuevos desafíos y
desde qué tradiciones intelectuales podemos elaborar los conceptos que
sustenten los nuevos aprendizajes.
De
este punto de vista la educación ciudadana forma parte de la agenda de un nuevo movimiento orientado a la redefinición de las políticas del desarrollo y de las responsabilidades
sociales de los diferentes sectores de la sociedad, en el cual se incluyan temas como la
renovación de los roles y funcionamiento de las instituciones públicas, las
relaciones entre los gobiernos y la sociedad civil, las reformas de los sistemas
educacionales y de garantías sociales ,
las políticas orientadas a conseguir la sustentabilidad medioambiental del desarrollo,
la ética de los emprendimientos
económicos, la acción global para una nueva ciudadanía democrática y el fortalecimiento
de las organizaciones ciudadanas para su práctica participativa en la
democracia.
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