Educación
ciudadana de los derechos humanos y pedagogía de la memoria.
Jorge
Osorio Vargas
Pensar
en la promoción de los derechos humanos
y su pedagogía nos lleva a reflexionar sobre los contenidos y posibilidades de
“la modernidad deseada” en el país, desde las coordenadas culturales y
políticas según las cuales se ha
desarrollado la recuperación democrática en los últimos treinta años. En este
sentido, junto a la revisión crítica de los debates que sobre
“lo moderno” y su repercusión en la ética
política se han planteado en
Chile, es preciso identificar los códigos
de transición y ruptura en relación a las maneras de rescatar y narrar
la memoria histórica de los derechos humanos. A nuestros entender los códigos
más significativos y conflictivos han sido los siguientes:
- Los derechos humanos se nutren de una racionalidad crítica y una aceptación de un pluralismo de valores que se configura una ética civil que reconoce la procedencia y la necesidad de hablar de los derechos humanos en una sociedad diferenciada, a la que concurren racionalidades diversas. Según este enfoque, la ética civil debe sustentar una cultura democrática , en la cual los derechos humanos son los más sustantivos argumentos dignificadores y legitimadores de la idea de lo bien deseado en la política. Esta ética civil de los derechos humanos resulta tremendamente significativa para construir nuevos “tratos” en la sociedad chilena en la medida que persigue crear espacios de encuentro dentro de un contexto de pluralismo, en busca de la “generalización” de intereses “dignificantes” en la sociedad, generando a su vez una especie de sanción democrática a aquellos que no respeten el mínimo moral común representado por los derechos humanos.
- Los derechos humanos representan una manera de construir sentidos de vida reconociendo espacios de constitución de sujetos que van más allá de las instituciones democráticas tradicionales, valorándose nuevas formas de asociativismo ciudadano. Existe una mirada receptiva a la posibilidad de pensar los derechos humanos desde la perspectiva del comunitarismo democrático, lo que significa valorar la política y sus instituciones como el lugar donde se deben fortalecen los derechos humanos, como horizonte éticos y fuente de renovación continua de la democracia. En este sentido, la política aparece como una experiencia dialógica, donde deben configurarse sujetos libres y reflexivos, abiertos a participar en movimientos sociales e iniciativas de interés público. .Esta mirada, desde los derechos humanos, a toda la moralidad de la política valora los espacios públicos, politiza todos los ámbitos de justificación, haciendo de su ética y sus programas prácticos un asunto clave para el desarrollo de la ciudadanía democrática. No sólo de una ciudadanía como atributo jurídico sino como construcción de sentidos comunes, de pertenencia, de participación. Una ciudadanía constituida en la sociedad mediante procesos de comunicación entre los ciudadanos –as; de ciudadanos -as aptos para mediar, consensuar y deliberar según las reglas de la comunicación democrática. Es evidente la fuerte connotación normativa - ética- que tiene sustentar la democracia en los derechos humanos : tanto la formación deliberada de la opinión pública como las controversias o diálogos morales y políticos que se realicen a todo nivel siempre serán teniendo como sustente el “argumento derechos humanos”.
- La promoción de los derechos humanos se debe manifestar en una política de responsabilidad, que construye sentidos y fines desde la controversia y la deliberación moral. De ahí la importancia de poner atención a la pedagogía de los derechos humanos. Al respecto, me parece relevante poner atención sobre algunos argumentos comunitaristas sobre la democracia.
- Esta perspectiva nos permite reconocer que trabajar por los derechos humanos implica revitalizar la reconstrucción del tejido asociativo y de sus pràcticas democráticas, asi como el desarrollo de recursos cívicos que permitan a personas y movimientos ciudadanos participar en una democracia disputativa. No existirá una cultura de los derechos humanos sin una democracia de ciudadanos-as, capaces de participar en los ámbitos públicos donde se para dirimir controversias políticas y morales .Las exigencias judiciales y legales del trabajo por los derechos humanos no deben descuidar las acciones educativas, pues sólo ambas dimensiones, justamente calibradas, conducen a la reconstrucción de la trama social y comunitaria democrática. Quizás hoy estemos más informados sobre los derechos humanos, pero no estoy seguro si estamos más educados en los derechos humanos. Creo que una educación ciudadana de los derechos humanos - con sus posibilidades de crear competencias para deliberar, para hacer juicios críticos, para establecer marcos de apreciación generales, para practicar la reciprocidad, etc.) permitirá darle sustentabilidad a una democracia participativa.
5. Adela
Cortina identifica los derechos humanos como el vigor ético para construir
sociedades democráticas, que superando
un código moral único acogen valores morales compartidos, que les
permite a los ciudadanos convivir José
Rubio Carracedo señala que la mejor estrategia para la promoción de los derechos humanos no es directa, sino
indirecta, ya que su aceptación progresiva
está estrechamente vinculada - y hasta
dependientes- a la promoción de la
democracia : el riguroso cumplimiento de los derechos humanos es el mas claro
criterio de democratización, aunque tal
afirmación sólo será posible en unas democracias verdaderamente
“ciudadanas”, participativas .
6. Un
tema de gran relevancia en la pedagogía de los derechos humanos es el principio de responsabilidad y su vínculo con
una ética memorial. Hasta el día de hoy se procesa
la recuperación de la democracia y los procesos de conflictividad que trae
aparejada desde una verdadera heurística
del temor, en el decir de Reyes Mate.
Aún está pendiente para sanar
“memorialmente” la democracia chilena,
transformando el miedo en conocimiento, en un saber de lo que está amenazado, de lo que
hemos perdido, de lo que podemos perder y de lo hay que evitar .Es preciso transitar
del temor a la responsabilidad, haciéndonos cargo de la “huella del otro”. Esta manera de
entender una ética para los derechos humanos implica el reconocimiento de una historia
común, de una memoria de la reconciliación que quizás siempre quede inconcluso. Este
realismo, propio del principio de responsabilidad, nos
llevará a vivir como sujetos activamente atentos a la
banalidad de la política y a la tentación de la violencia y no como “póstumos”
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