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El "nuevo paradigma: residuos,alternativas y apertura a una democracia sin límites

El "nuevo paradigma": residuos, alternativas y apertura a una democracia sin límites

Jorge Osorio Vargas
( Texto escrito en 2005)

En 1988 editamos, junto a Luis Weinstein, el texto La Fuerza del Arco Iris, una serie de artículos que recogían ideas y experiencias en Chile en relación a la educación, la política y el desarrollo social. Por las condiciones de dictadura que vivía el país, estas ideas no se manifestaban desde los ámbitos tradicionales, sino desde las organizaciones no gubernamentales, de los centros de estudios independientes y de diferentes colectivos vinculados al trabajo social y comunitario.
La iniciativa surgió precisamente del trabajo conjunto que realizábamos junto a Luis en la defensa y promoción de los derechos humanos, y en la generación de un nuevo modo de hacer política desde lo “plenamente humano”, que podía surgir desde la conciencia, la autonomía, la identidad, las relaciones de género y la búsqueda de una sociedad justa. Bajo la forma de talleres, estudios, asesorías y acompañamiento de procesos de educación y organización popular, se desarrollaba un pensamiento educativo y político que daba sentido estratégico a las luchas contra la dictadura.

La tesis principal que orientaba esas acciones afirmaba que la recuperación democrática y de las instituciones políticas debía basarse en un cambio cultural de fondo en la sociedad chilena, y que los valores de la solidaridad y de la participación, que identificaban el trabajo social de la oposición a la dictadura, debían llegar a ser los fundamentos de una nueva política.

Esta manera de pensar tenía varias fuentes: la crítica que la izquierda hizo de su propio autoritarismo, la secularización del marxismo y la recuperación de la idea democrática en el socialismo, la valoración de la vida cotidiana y de las relaciones de género como espacios de democratización de la sociedad, la búsqueda de nuevos referentes de convergencia política en los partidos políticos de izquierda -la Convergencia Socialista, por ejemplo-, el reconocimiento de la autonomía de los movimientos sociales ante los partidos políticos, el desarrollo de la teoría del “desarrollo a escala humana” y su crítica a los desarrollismos de izquierda y derecha, el reconocimiento de la importancia de entender el poder y los sistemas de dominación como una expresión no sólo política-económica sino también cultural, social y ética, lo que obligaba a ampliar la acción política emancipatoria tanto a las relaciones de género, a la familia, como a las instituciones vinculadas con la salud y la educación; la aparición de nuevos movimientos sociales, especialmente los referidos a la justicia de género y a los derechos humanos; la valoración de las formas no violentas de oposición a la dictadura a través de grupos de acción directa, que integraban la política con la autoconciencia activa del uso del cuerpo como factor de incidencia en el espacio público (el Movimiento contra la Tortura Sebastián Acevedo, por ejemplo); la participación de las iglesias cristianas y sus comunidades de base en la recuperación de las redes sociales destruidas por la dictadura; la emergencia de movimientos ecologistas que promovían la protección del medio ambiente bajo una perspectiva de acción global articulada a redes mundiales y los partidos verdes de Europa.
Este era el cuadro que movilizaba al “nuevo paradigma” al finalizar la década de los años 80 del siglo pasado, y que le daba un sentido superior a la coyuntura radical que vivimos en Chile desde 1984 con las protestas populares, y de cara a la puesta en escena de los movimientos ciudadanos que se generaron con ocasión del plebiscito de 1988.
Genéricamente identificábamos esta corriente con los nuevos paradigmas que se desarrollaban en el mundo a partir de una crítica a los enfoques modernizadores que primaban en la educación y en la economía; pero también nos inspiraban los debates que en el campo científico nos planteaban una apertura a los llamados enfoques de la complejidad o ecológicos. Dos lecturas fueron muy significativas en este sentido: El Reencantamiento del Mundo de Morris Berman (2) y El Punto Crucial de Fritjoj Capra (3).
No existían en Chile espacios formales para el debate de estos nuevos enfoques para entender la educación, la política y el desarrollo. No estoy seguro que los primeros grupos de intelectuales y políticos que venían de regreso al país desde el exilio trajeran incorporados estos debates en sus discursos. Me parece que definitivamente la respuesta es negativa. Recuerdo excepciones, como la de Bosco Parra y Alejandro Rojas, quienes no se integraron activamente a la política de la transición. Los estudios políticos estaban orientados de manera más directa a la preparación de nuevas políticas públicas. Y algunos intelectuales que sintonizaban con estos nuevos temas no tenían recepción en los líderes políticos democráticos en el país, salvo en grupos muy reducidos. Fue el caso de Humberto Maturana, Francisco Varela y Fernando Flores, más leídos y estudiados en el extranjero que en Chile en esa época.
Luego del plebiscito de 1988 la reflexión política se redujo a la recomposición del sistema de partidos y de la institucionalidad gubernamental, lo que trajo grandes beneficios para la normalización democrática pero redujo considerablemente el ámbito de la reflexión crítica que se expresaba en los centros independientes. Una gran cantidad -por no decir la mayoría- de los intelectuales de las organizaciones no gubernamentales emigraron al Estado y con ello se perdió una fuente de pensamiento que articulara la política con los movimientos sociales.
La democracia que se estableció estuvo fundada en un concepto de gobernabilidad que vio en la participación ciudadana más una amenaza que una oportunidad, y los espacios para la expresión social se fueron restringiendo significativamente. Además, los partidos políticos de la coalición democrática de gobierno tendieron a ocupar con sus redes todos los ámbitos de la participación ciudadana restándole vitalidad a la democracia directa y a la expresividad popular. Este esquema se fortaleció debido a las tareas prioritarias que se propuso el gobierno democrático fueron la de reducir al máximo toda fuente de inestabilidad, acudiendo a compromisos de “orden” con los movimientos sociales, para resguardar la gobernabilidad del nuevo régimen; y profundizar las bases de una economía de mercado que requería, a su vez, disciplina laboral y confianza en el gobierno.
El llamado movimiento “alternativo” que se fue configurando desde los años inmediatamente posteriores al golpe militar de 1973, se expresó a cabalidad en el primer texto del Arco Iris de 1988. La expresión “arco iris” fue la seña de identidad de todos los opositores a la dictadura y la marca de la coalición política que inició la reconstrucción institucional de la democracia en el país. Pero la verdad es que los autores pensaron más bien en el sentido que el arco iris tenía en los movimientos sociales europeos y norteamericanos que buscaban integrar a ecologistas, feministas, pacifistas, defensores de los derechos humanos con los nuevos científicos, artistas e intelectuales que desean intervenir en el “punto crucial”, o la “encrucijada” que vivía el mundo, entendido como culturas, ecosistemas, democracia, derechos humanos, ciencia, salud, justicia de género, derechos a la diferencia.
En un libro sobre Paradigmas de Conocimiento y Practica Social en Chile (4) , Martín Hopenhayn llamó “humanismo crítico” a esta serie de prácticas sociales provenientes del período de la dictadura, entre las cuales destacaban la educación popular, la lucha por los derechos humanos, la organización social de base que pretendía vincular el trabajo comunitario-poblacional con la acción pastoral de las comunidades cristianas y la promoción de los derechos de las mujeres y el trabajo de autoconciencia corporal con grupos de mujeres para obtener una posición de mayor poder en la sociedad. Quienes participamos en el primer libro del arco iris preferimos llamar a este enfoque “nuevo paradigma”.
Hopenhayn identificó, acertadamente en mi opinión, como fuentes de este movimiento a la sociología de la vida cotidiana; a la psicología humanista; la ecología; y en general todos los enfoques de las ciencias sociales y biológicas que sostenían una crítica a las racionalidades dominantes en la modernidad occidental, cuyo trabajo de desmontaje encontrábamos en los textos citados de Berman y Capra. Reconoció en nuestras prácticas y saberes una orientación de emancipación, pero adujo que su limitación estaba en que no contaban con una “teoría del cambio”. Subrayó que el “nuevo paradigma” sostenía una idea de democratización radical, asociándola a valores como la participación, el pluralismo, el comunitarismo, la fascinación por el trabajo a “baja escala” (local, poblacional), la resistencia cultural, el desarrollo personal y la interdisciplinariedad.
El estudio identificó adecuadamente los procesos desde los cuales venía desarrollándose el “nuevo paradigma”: procesos de participación comunitaria en espacios urbanos reducidos, procesos de afirmación de identidades colectivas, procesos de resistencia civil al autoritarismo político, procesos de desarrollo local y de autonomías regionales, corrientes espirituales orientadas a la experimentación terapéutica, renovación de lenguajes y estéticas a través del arte, medios de comunicación alternativos y otras expresiones comunitarias; la investigación-acción participativa y la educación popular, uso de saberes locales y autóctonos, incluyendo la medicina popular; los movimientos contraculturales como el feminismo, el ecologismo político y la música juvenil.
Del análisis de Hopenhayn y de nuestra propia evaluación se puede desprender que hubo dos factores que impidieron el desarrollo del “nuevo paradigma” al inicio de la democracia en la década de los noventa pasada.
En primer lugar, el desplome de su soporte institucional (organismos no gubernamentales, centros de educación popular, cooperación internacional, movimientos sociales-populares de base, comunidades cristianas de base y pastoral popular, movimientos de derechos humanos).
En segundo lugar, la incapacidad del “nuevo paradigma” para llegar a ser políticamente “alternativo” en el contexto del realismo y del pragmatismo que orientó la transición democrática.
La conclusión de Hopenhayn fue que el “nuevo paradigma” no llegó a ser alternativo sino residual en democracia.
En 1993, publicamos El Corazón del Arco Iris , (5) una nueva serie de artículos sobre el “nuevo paradigma”, en los cuales los autores respondían a dos asuntos importantes: la evidente pérdida de poder político de los movimientos ciudadanos en los que participaban, y al éxito que había tenido el primer arco iris en las redes de educación popular y en las universidades progresistas de América Latina. Numerosos talleres y seminarios se realizaban luego de 1988 para analizar y estudiar los textos del arco iris. Había, a nivel global, una reacción favorable a generar un pensamiento integrador que pusieran bajo revisión las bases de la modernidad occidental.
El primer asunto fue problemático: la democracia era una lucha que nos convocaba radicalmente. Estábamos dispuestos a confiar y apoyar las acciones que tendían a darle gobernabilidad a la institucionalidad. Sin embargo, casi nada de “nuevo paradigma” podíamos avizorar en la política oficial. La gestión pública no consideraba la participación social, los movimientos sociales locales se desconfiguraban al ser incapaces de elaborar propuestas que tuvieran significado para las autoridades, había también una dificultad importante para pasar del trabajo micro-social en el que se desarrollaban estos movimientos hacia pensar la acción social a una escala mayor.
El gobierno democrático abrió la posibilidad de que se desarrollaran políticas sociales que expresaran los aprendizajes de las organizaciones no gubernamentales que se habían generado en la dictadura. Efectivamente, durante el primer gobierno democrático fue posible promover nuevas ideas desde la experiencia del “mundo alternativo”. Pero la sintonía fina no funcionó: no hubo una orientación participativa en el gobierno y tampoco hubo capacidad de estas organizaciones para mantenerse con recursos propios y desarrollar propuestas consistentes y de incidencia pública. La pérdida de este sentido de alianza entre las organizaciones ciudadanas y el gobierno para fortalecer una democracia participativa llevó a una crisis importante de orientación política de estas organizaciones, especialmente de las organizaciones no-gubernamentales.
La democracia que se instalaba en el país no era satisfactoria para ellas y no respondía a las expectativas creadas a partir de la lucha contra la dictadura, pero no fue posible activar una estrategia de radicalización de la democracia sin el apoyo de los partidos de centro- izquierda que formaban el gobierno. Por su parte, lo que pudo ser un repliegue táctico de estos partidos en relación a la radicalización de la democracia, se transformó en una práctica consolidada como modelo de gobernabilidad en que imperaron los criterios tecnocráticos, los que terminaron por desarticular la relación del gobierno con la sociedad civil organizada y con un distanciamiento serio del gobierno. Un cambio en esta tendencia sólo comenzó a experimentarse con la llegada del nuevo siglo.
La sociedad civil se fue debilitando, la “democracia del consumo” terminó por agotar las energías sociales creativas, lo que junto con la despolitización de las comunidades, la involución de la acción de la Iglesia y de una prensa pluralista terminaron por “normalizar” la sociedad. La democracia se presentaba ya no como el ámbito de la creatividad y del cambio, sino como la regularización de la convivencia social y el campo de la igualdad de oportunidades. La actividad intelectual de los centros académicos se redujo y muchas organizaciones no gubernamentales perdieron sustantivamente su capacidad creativa y de trabajo desde la realidad local para transformarse en operadores de las políticas del gobierno.
Luego de casi una década y media del “nuevo paradigma”, ¿qué podemos decir de este movimiento humanista y crítico que surgió durante la dictadura, transformado en democracia, y renovado desde el 2000 bajo otras formas y contenidos?
El “nuevo paradigma” terminó siendo la agenda global progresista a fines de los años noventa. Las Cumbres Mundiales de la ONU y posteriormente otros foros multilaterales terminaron por reconocer la incapacidad de seguir pensando “instrumentalmente” la educación y el desarrollo, y por valorar el enfoque denominado ecológico o complejo.
La “encrucijada” permanece. La pobreza es un reto a las economías de mercado, y las democracias se han devaluado al ser incapaces de enfrentar satisfactoriamente este problema. Nuevas formas de hacer política y una mayor responsabilidad social de la ciudadanía organizada parecen ser la vía con la cual la democracia puede revitalizarse. A nivel global es evidente que es necesario un nuevo pacto que supere la ideología de mercado y adopte políticas eficaces para enfrentar la pobreza y asuma el cuidado del medio ambiente, como asimismo promueva los derechos humanos y la lucha contra todo tipo de discriminación.
La teoría política pugna por un nuevo lenguaje, que valore la democracia deliberativa y los procesos comunicativos que deben fundar las instituciones públicas y la convivencia social.
El derecho se plantea centralmente el tema de la justicia y los derechos humanos en un contexto de multiculturalidad y diálogo de saberes entre las diversas tradiciones filosóficas y religiosas.
La ciudadanía organizada promueve el control ciudadano de las autoridades a todo nivel, buscando una regeneración ética de la política y promoviendo la capacidad auto-constituyente de los movimientos ciudadanos, para crear nuevas condiciones de integración, solidaridad y paz entre los seres humanos.
Desde las ciencias, se plantea la sustentabilidad integral del desarrollo a partir de una mirada de “complejidad”, es decir, considerando todas las expresiones de la vida social y natural, orientando la acción humana en sintonía con el “orden-desorden” de la tierra y cultivando una apertura a la novedad y a la creatividad.
¿Qué riesgos corre el “nuevo paradigma” del 2005, de quedar otra vez en la dimensión residual de la sociedad?
Lo promisorio es que tenemos una ciudadanía emergente y más activa, luego de un período largo de democracia entumecida. Es verdad que nuestro capital social efectivo es insuficiente para darle un sustento de calidad a la democracia y que necesitamos capacidades y competencias que aún no hemos adquirido. También tenemos una significativa incapacidad para enfrentar productivamente el debate sobre temas morales, y ausencia de instituciones para canalizar el control y la participación ciudadana de la gestión pública, pues lamentablemente nuestra democracia no está todavía fundada en una cultura del accountability .
Sin embargo, más allá de estas debilidades, hoy podemos reconocer que los miedos a la “inestabilidad” que determinaron el modelo democrático de la primera transición, ya no son un freno para que nuevas generaciones desarrollen sus capacidades para pensar y ampliar los límites de la democracia: las libertades, el deseo de justicia, el amor, las alternativas. Es posible que aún no tengamos la “teoría del cambio” que, por arte de magia, nos coloque en la dialéctica correcta de la historia, pero es difícil en la actualidad construir nuevos movimientos ciudadanos con teorías abstractas y con pretensiones unívocas. Por otro lado, existen varias “teorías de campo” que nos están conduciendo hacia una mejor comprensión de lo que sucede en esta sociedad global. (6) De pronto, la fuente más movilizadora para el cambio sigue siendo el deseo y la revuelta interior, que, transformada en acción, nos lleva a construir una nueva teoría del sujeto social para una democracia participativa y también “revuelta”.
No queremos que los pragmáticos y “realistas”, ni los intelectuales del “orden”, nos conviertan en polvo residual. Para ello estamos trabajando. Felizmente vienen en retirada ante la emergencia de un imaginario y una ética matriciales en nuestra política local.
En este tercer Arco Iris del 2005, queremos narrar nuestras resistencias a la democracia liviana para conseguir recargarla con más poder ciudadano. Lo hacemos como una convocatoria contra el olvido, y desde una memoria activa que invita a una democracia sin limitaciones.
Notas:
* Este texto es la presentación de Jorge Osorio al libro “Ampliando el Arcoiris: nuevos paradigmas en educación, política y desarrollo”, Jorge Osorio y Antonio Elizalde, editores. Artículos de: Carlos Calvo, Adolfo Castillo, Antonio Elizalde, Joaquín García Roca, Alfredo Ghiso, Jorge Osorio, Pablo Salvat, Ilse Schimpf-Herken, y Luis Weinstein. Ediciones Universidad Bolivariana. aelizalde@ubolivariana.cl
(1) Osorio, Jorge y Weinstein , Luis, La Fuerza del Arco Iris .Movimientos Sociales, Derechos Humanos y Nuevos Paradigmas Culturales , CEAAL, Santiago 1988.
(2) Berman, Morris, El Reencantamiento del Mundo , Cuatro Vientos, Santiago, 1987; Capra, Fritjof, El Punto Crucial , Integral, Barcelona, 1985
(3 ) Capra, Fritjoff, El Punto crucial, Integral, Barcelona, 1985.
(4) Hopenhayn, Martín, El Humanismo Crítico como Campo de Saberes Sociales en Chile , en Brunner, José Joaquín y otros, Paradigmas de Conocimiento y Práctica Social en Chile , FLACSO, Santiago, 1993.
(5) Osorio, Jorge y Weinstein , Luis, El Corazón del Arco Iris. Lecturas sobre Nuevos Paradigmas en Educación y Desarrollo , CEAAL, Santiago, 1993.
(6) Ver Virno, Paolo , Virtuosismo y Revolución. La Acción Política en la Era del Desencanto , Mapas, Madrid, 2003 ; Hardt, Michael y Negri Antonio, Multitud , Debate

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