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Ética Ambiental, sustentabilidad y valores democráticos: camino a Río+20

Ética ambiental, sustentabilidad y valores democráticos

Jorge Osorio Vargas




El propósito de este artículo es establecer las coordenadas a través de las cuales se desarrolla el actual debate sobre la ética ambiental, su significado para una cultura de la sustentabilidad, su vinculación con los valores democráticos y las modalidades deliberativas de la democracia y su expresión en modos de actuación críticos a través de "redes"

El mapa crítico de la ética ambiental y de la cultura de la sustentabilidad.
Existen algunas premisas relevantes de señalar a la hora de emprender esta tarea cartográfica:
• En Occidente se han producidos cambios en la manera de entender la relación de los seres humanos con el medio ambiente natural como expresión de una profundización de la conciencia ética. Se reconoce que la responsabilidad humana hacia el mundo natural forma parte de la cuestión de la habitabilidad del planeta y de sus condiciones existenciales sociales y culturales (Giannini, 2004). Este planteamiento ha puesto en cuestión la definición instrumental y utilitarista de la relación humana con la naturaleza y se ha reconocido su valor en sí.
• La magnitud e impacto de los problemas ambientales y la necesidad de actuar para resolverlo, junto al desarrollo de importante movimientos eco-políticos que disputan los conceptos liberales y social-demócratas de democracia y de organización de los espacios públicos ha devenido en la emergencia de un debate sobre las bases filosóficas del "cambio eco-político", replantear el rol de la tecnología en la actualidad y las formas de valorar éticamente el cuidado del medio ambiente y su gobernanza por medios democráticos.
• En medio de los debates señalados se ubica la temática de los roles que tiene los Estados y la deliberación publica democrática y la dinámica del mercado en la confrontación de los problemas ambientales globales y locales. Cuestiones vitales emergen de este debate, que no encuentran aún marcos epistémicos que permitan transformar en sentido común nociones como "justicia inter-generacional" y "sustentabilidad" como soportes morales del buen vivir y de las condiciones existenciales complejas del "ser viviente".
• Esta discusión ha generado una crítica sustancial a la modernidad occidental superando su antropocentrismo y ampliando el concepto de medio ambiente al de Vida, y haciéndolo un ámbito de la reflexión ética y política sobre nuevas bases epistémicas y filosóficas. La construcción de un mundo industrializado "a la medida de la técnica", tal como fue la utopía de la modernidad, y su correlato en la ideología colonial y de dominio depredador del medio natural, está siendo desplazada por una nueva sensibilidad axiológica. Por ello es posible decir que la "crisis ecológica" trae consigo un desplazamiento del pensamiento ético y de la filosofía política. El tema de la habitabilidad implica también una teoría de la acción humana y de ella se nutren los movimientos eco-sociales.
Hans Jonas (Jonas: 1995), cuyo pensamiento es uno de los hitos más sobresalientes del debate contemporáneo sobre la ética ambiental, plantea la necesidad de renunciar a la idea del progreso sin límites y asumir la responsabilidad del poder de la humanidad sobre la naturaleza y del bienestar de las generaciones futuras. Jonas propone valores y virtudes como la austeridad, el pudor y el misterio -derrumbados por la ciencia y la técnica- en el marco de una filosofía política nueva entendida como un saber unitario del ser humano y la naturaleza.
Como reacción a Jonas, algunos de sus comentaristas señalen que la crisis ecológica implica una restricción de las libertades y autonomías individuales, lo que nos sitúa en el corazón del debate de la ética ambiental: su planteamiento no sólo frente al desarrollo científico - técnico y sino su controversia con la modernidad, las libertades y la democracia.
A lo menos cuatro son las cuestiones disputadas que surgen del debate jonasiano:
• el legado progresista de la modernidad que Jonas pone especial atención en desmontar;
• un discurso crítico de la responsabilidad como concepto ético; y
• una "ética ecológica" basada en el principio de autonomía del ser humano.
• Es evidente que el mero conocimiento tecnológico de la naturaleza no es responsable de la tendencia de destrucción del medio ambiente. La trama del daño ecológico es económica, política y militar, y obedece al dominio de una racionalidad instrumental y pragmática que orienta la ciencia y la técnica en un sentido anti-ecológico.
Dicho esto, es relevante plantearnos algunos interrogantes que se suscitan vis a vis el enfoque jonasiano:
¿Podríamos derivar un concepto de responsabilidad asociado a una especie de mística de la naturaleza que la considere como algo estáticamente sabia y perfecta, desprendiéndose del mismo ser de la naturaleza normas y deberes y derechos propios?
¿Cualquier ética ambiental deberá fundarse en la autonomía moral de las personas y concebir irremediablemente la naturaleza como medio para alcanzar fines humanos?
¿Habrá que fundamentar una ética ambiental en una afirmación del ser humano como fin último de la naturaleza, aunque sólo en la medida que lo haga como ser moral respetuoso del género humano y de su futuro y no como un depredador que cree en una pretendida neutralidad valórica de la ciencia y de la técnica?
¿Será pertinente pensar que la crisis ecológica no requiere una ética nueva, sino radicalizar la deliberación valórica en las sociedades democráticas, capaces de pensar por sí mismas hasta dónde llevar la tecnología y el desarrollo económico, siendo ecológicamente responsables en la vida cotidiana, atendiendo a razonamientos morales y compromisos ciudadanos frente al deterioro global del medio ambiente?
Todos estos son temas cruciales de la ética ambiental, y exceden los límites de este artículo, sin embargo, quisiera plantear una vía de coordinación de las temáticas ético-ambientales desde dos vertientes:
• una "ética del cuidado"
• una modalidad deliberativa de las disputas morales, políticas y ambientales en las democracias.
Entiendo que no puede existir una teoría moral que sea capaz de cubrir todas las situaciones, sin embargo, la ética del cuidado me parece de gran pertinencia para constituir una nueva sensibilidad ética de los requerimientos del medio ambiente y su relación con la vida social y política de los seres humanos (Bowden: 1997).
El cuidado refiere a reciprocidad y mutualidad, al reconocimiento de que el conocimiento del otro o de lo otro, se basa en una especie de confianza que sólo emerge de una atención sensible, que revela una relación única, un sentido de comunidad y de valoración de la justicia como el vínculo de derechos y deberes vivido en los espacios públicos.
Entendemos que junto con valorar "éticas de principios", que nos indican qué y cómo mirar globalmente, es preciso construir "éticas de cuidado" que nos permitan entender las particularidades y hacer relaciones entre lo general y lo diverso.
Una ética del cuidado desarrolla disposiciones (más que enseñar principios morales generales), genera respuestas apropiadas a cada situación (más que resolver principios que tengan aplicabilidad universal); apela a las responsabilidades individuales y sociales (y no sólo a los derechos y a la equidad) (Moratalla: 1997). Es una ética de la cooperación y de la mediación, que no se reduce a principios universales de justicia sino que atiende a las circunstancias, a los medios y argumentos, a través de los cuales esos principios se pueden concretar históricamente. Por ello, esta ética del cuidado es radicalmente ciudadana y se desarrolla en los espacios públicos, pues requiere deliberación, argumentación, pluralismo, respeto de la diversidad, ejercicio de derechos políticos y culturales. Educa en torno a consensos sociales y a mínimos éticos para coordinar la participación social y establecer espacios públicos legítimos.
Podemos plantear, asimismo, una politización de la ética del cuidado a través de su expresión social en una "política deliberativa" que a su vez exige el desarrollo de metodologías y movimientos sociales que se propongan la construcción de espacios públicos inclusivos, no-discriminadores, participativos y sensibles.
Sin embargo, no confundamos esta propuesta con una mera retórica del cambio. Más bien imaginémosla y reconstruyámosla como un proceso de construcción de un "escenario de aparición" de movimientos ciudadanos que tienen el desafío de concretar su "oportunidad política", lo que implica no anular el riesgo (Zald: 1999) y abrir el acceso a los "medios" en un contexto de creciente mercantilización de los mismos (Rifkin: 2000).
Debemos reconocer que esta propuesta obedece a un nuevo paradigma de movimiento ético en lo social y en lo ambiental, que centra su interés en la trama (o mundo) de la vida (Tejerina: 1998), que incluye el territorio, las identidades culturales, la salud, la vecindad, la calidad de la participación ciudadana, el gobierno municipal y el medio ambiente local y global. Es decir, lo que algunos autores han llamado valores post-materiales, como una reacción tanto a un mundo que no tiene sentido como hogar o como oikeosis ("familiaridad con la casa") como a un modelo de modernización que ha generado crisis ecológica y burocratización de la política.
El nuevo movimiento ético del que hablamos se nutre de la ética del cuidado en cuando ética sensible o de proximidad (Levinas: 2000), como una forma práctica de un nuevo comunitarismo con la naturaleza (Osorio: 1998), que ya no es atendida como objeto artificioso, sino como "sujeto" de alteridad, con quien coopero o vivo mutuamente
Avanzar en este sentido implica hacer más deliberativa la democracia y sobre ello quisiera referirme a continuación.

Sustentabilidad y Democracia Deliberativa.
En Chile tenemos una democracia con una débil participación ciudadana y temor a los disensos. Por esta razón, es importante que hablemos del sentido que tiene practicar una democracia deliberativa, que no rehuye la disputa y la controversia. Sabemos, que pueden existir sistemas democráticos más "disputativos" que otros (Pettit: 1999), sin embargo, la única posibilidad de que exista democracia está en que la ciudadanía pueda disputar las decisiones del gobierno y tomar sus propias decisiones, a partir de las controversias que se instalan en la sociedad.
Para ello, es importante que estén establecidos canales hábiles que puedan procesar las disputas por medios no-violentos, y que en la sociedad, esté disponible un capital cultural (pedagogía pública) que predisponga a la ciudadanía a lograr acuerdos a todo nivel y frente a asuntos que tengan grados de disputabilidad diferentes. Una parte importante de esta pedagogía pública son las instituciones democráticas (los gobiernos locales o las reparticiones públicas, por ejemplo), pero también, lo son los movimientos sociales y las asociaciones ciudadanas en cuanto ámbito educativo y campo cívico.
Esta pedagogía pública, en cuanto dispositivo cultural de la democracia deliberativa, funciona al modo de un foro que hace audibles las disputas y contribuye a desarrollar las controversias de manera incluyente, es decir, logrando que los resultados de éstas satisfagan a los deliberantes.
¿Quiénes son los actores de esta pedagogía pública junto a los ya nombrados movimientos sociales y asociaciones ciudadanas?
En primer lugar, todas las agencias públicas que emiten información relevante para cada una de las materias en disputa, las instituciones que actúan como canales para la toma de decisiones de cualquiera de los poderes del Estado, los centros que elaboran conocimientos científicos, las organizaciones morales, las entidades mediadoras y todos los organismos de la sociedad civil (incluyendo las escuelas) que se sientan llamados a participar en un determinado problema en disputa pública. La acción de estos sujetos es la que asegura una condición básica de equidad procedimental, haciendo más iguales las competencias ciudadanas de todos, que es el sustento de una democracia deliberativa.
Dicho esto, es preciso reconocer que una democracia deliberativa requiere una moralidad política que no sea el dominio de los deberes impuestos, sino el de las responsabilidades a las que el sujeto cree que ha de responder y que considera justo asumir (Etzioni: 1999).
La democracia deliberativa debe estar sostenida en un orden voluntario, animado por lo que llamamos una pedagogía pública, que consiste principalmente, en educación, desarrollo de liderazgos morales, resolución pacífica de controversias, cultura comunitaria, participación y comunicación ciudadana, tolerancia y no-discriminación. De esta manera, podemos señalar que una de las modalidades más propias de la democracia deliberativa, son los "diálogos morales". Como dice Amitai Etzioni los problemas con que se encuentran los ciudadanos y sus comunidades son normativos más que de información, tiempo o método (Etzioni: 1999). Cuando se asume una elección o se toma una posición relacionada con un problema importante para la ciudadanía, lo que domina toda la dinámica, es una elección de valores.
Siguiendo a Etzioni, los "diálogos morales" son comunicaciones acerca de la posición normativa de un curso de acción; son conversaciones sobre valores y como tal, suponen el desarrollo de procedimientos de pedagogía pública, tales como:
• El llamamiento a un valor dominante compartido por las distintas partes del proceso de elección.
• La contribución o elección de un tercer valor cuando hay dos divergentes.
• La educación, la moderación de controversias, la deliberación pública y el liderazgo moral.
Para el desarrollo de una democracia deliberativa es muy importante el cómo se desarrollan estos "diálogos morales" en la sociedad, pues ellos, permiten articular crítica y responsabilidad, a la vez que sus "métodos" nos permiten plantearnos asuntos de marcada relevancia para una pedagogía pública, como son el fomento y la protección legal de la participación ciudadana a todo nivel, los subsidios públicos a la pro actividad social de las organizaciones civiles, la "comunitarización" de las instituciones locales, la animación de los espacios públicos y la protección de los bienes comunes.



¿Qué se requiere para avanzar en esta política?
En primer lugar, asumir la tarea de reconstruir solidaridad y confianza cívica (PNUD: 2000), reparar solidaridades dañadas reconciliando la autonomía y la interdependencia en las diferentes esferas de la vida social, lo que implica confianza activa y responsabilidad individual (Giddens: 1998). Enseguida, implica promover una "política de la vida" que desarrolle oportunidades vitales y una movilización reflexiva, habilite espacios públicos, reconstruya el sentido de lo común, y que invite a que los sujetos creen valores (Beck: 1998; Jonas: 2000).
Una democracia deliberativa capaz de desarrollar una política reflexiva y competente en los "diálogos morales" tendrá grandes repercusiones en la democracia institucional: será una forma de "democratizar la democracia" y enfrentar los oídos sordos de los tecnócratas y la incompetencia cívica, para asumir, a fondo temas claves, como son las controversias sobre la sustentabilidad de la vida. Para ello debemos fortalecer las "redes para la acción".

Sustentabilidad y redes para la acción
Un argumento principal para fundar una ética de la sustentabilidad es la crítica al paradigma de la modernidad en el cual la razón y la técnica ordenan y dominan la naturaleza. Bajo este enfoque el "mundo" de la vida natural queda convertido en vida artificiosa, lo que constituye la matriz interpretativa de la actual crisis ecológica global y el punto-base que ha servido para abrir el debate sobre las posibilidades de una nueva ética de la relación de los seres humanos y la naturaleza.
El "medio ambiente" es actualmente un campo de disputas éticas y en torno a estas controversias se está estableciendo una vía de ingreso a un nuevo discurso sobre la responsabilidad social y la complejidad de los problemas del presente y del futuro planetario. Como hemos señalado, la ética de la sustentabilidad es primordialmente una ética de la responsabilidad con la vida en su complejidad. Tanto es así, que en el impulso de hacer converger la cultura y la naturaleza emerge el paradigma de la complejidad como una estrategia pensante que permite colocarnos en un sentido práctico cara a cara a los dilemas que plantea la sustentabilidad del desarrollo, uniendo ciencia y conciencia de la naturaleza
Damos un paso más en el desarrollo de nuestro artículo señalando que la ética ambiental bajo la episteme de la sustentabilidad es una ética afectiva que integra tres dimensiones: comunidad ecológica, responsabilidad y solidaridad con el futuro planetario y la democracia de los ciudadanos (as).
Sin estos "sustentos" no existe una política ambiental responsable, en la medida que ésta es algo más que un conjunto de "normativas" y se instala como un contrato socio ambiental que tendrá en cuenta los conocimientos científicos y técnicos y los valores deliberativos de la democracia.
Este desafío exige la construcción de un nuevo sentido común acerca del "desarrollo", releído ahora como "buen vivir". La noción de progreso, tal como se planteó en la tradición ilustrada, debe ser superada y situar los asuntos del bienestar social en una lógica de cooperación y respeto de los humanos entre sí y de estos con la naturaleza.
No basta una ética imperativa abstracta, es necesario constituir sujetos capaces de entender la vida en su dinámica sistémica y a partir de ello establecer responsabilidades basadas en la autonomía moral de los mismos y en su posibilidad de establecer acuerdos para el cuidado y la gestión del ambiente.
En esta dirección, debemos valorar las acciones de los movimientos éticos y ciudadanos que construyen agendas globales, establecen alianzas y redes de apoyo mutuo y trabajan para poner a disposición de los ciudadanos (as) informaciones relevantes acerca de las políticas económicas y los negocios que afectan el ambiente.
La expresión práctica de movimientos es el trabajo en redes. Sin embargo, construir redes es algo más que una metodología de acción. Es una estrategia de potenciación de las posibilidades de los seres humanos para hacerse más ecuménicos y dialogantes.
En los movimientos sociales y en las organizaciones ciudadanas trabajar en red es una opción ética: supone la creencia en la cooperación como un valor práctico. Sin embargo, trabajar en red es también una apertura a modos de entender la acción social de manera nueva.
"Reticular" es pensar las posibilidades de la acción social como un complejo tramado de relaciones, donde confluyen dinámicas de asociación y de confrontación. Podemos definir al poder como una forma de practicar la influencia a través de redes hegemónicas en relación a otras menos fuertes. De ahí, que las redes pueden llegar a ser concebidas como alianzas para conseguir fines políticos basados en la confianza de actores específicos que se auto-convocan para conseguir determinados fines en la sociedad.
Las redes constituyen una cierta modalidad de practicar el Liderazgo, suponen coordinación, acuerdos y la identificación convenida de los resultados que se estiman adecuados conseguir. Implican a socios más que a afiliados o adherentes como en las antiguas organizaciones políticas. Están basadas en el respeto mutuo y en la resolución mediada de conflictos. Su poder está en su capacidad de movilizar recursos de distintos tipos, de manera flexible, donde cada uno de los socios entiende el sentido de las acciones emprendidas y está dispuesto a poner sus mejores competencias al fin acordado.
Las redes implican asimismo la sistematización de los conocimientos producidos en la inter-acción de sus miembros; en este sentido, una red siempre es un sistema de gestión del conocimiento. Una red poderosa lo es por su capacidad de entender este fenómeno fortaleciendo a cada uno de sus socios a través de la distribución de saberes pertinentes a los fines de la asociación. Es común que en nuestras organizaciones se "lancen" muchas redes, la verdad es que las redes deben construirse, tejerse, con trasparencia, creando confianzas entre sus asociados y poniendo a disposición conocimientos que potencien a sus sujetos. Es clave que una red resuelva en su proceso constituyente las formas que tendrán los procedimientos de toma de decisiones y la revocación de los mandatos de coordinación. Igualmente importante es que los socios de una red identifiquen tanto las posibilidades como los límites de la misma, y de esta forma trabajar con un sano realismo, no pidiéndole frutos que no puede otorgar. No es lo mismo trabajar en una red de líderes para influir en una política pública que en una red de intercambio de buenas prácticas de desarrollo sustentable. La primera modalidad no podrá dejar de lado un explícito proceso de liderazgo público y de acumulación de recursos políticos para hacerse visible en la esfera de los que toman las decisiones en tales políticas; en el caso de la segunda modalidad no habrá tal presión, sin embargo, es evidente que en ésta es clave que existan buenas matrices para sistematizar prácticas que sean fuente de reflexiones críticas y de aprendizajes. A través de ambas modalidades se generarán dos tipos de actuación:
• la creación de condiciones para la influencia pública; y
• la circulación de información estratégica;
y se deberá contar además con buenos dispositivos de análisis que cualifiquen la información de base.
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Referencias Bibliográficas
• Beck, Ulrich (1998), La Sociedad del Riesgo, Paidós, Barcelona.
• Bowden, Peta (1997), Caring, Routledge, Londres.
• Etzioni, Amitai (1999), La Nueva Regla de Oro. Comunidad y Moralidad en una Sociedad Democrática, Paidós, Barcelona
• Giannini, Humberto ( 2004), “Espacio y Tiempo Públicos” en Revista Patrimonio Cultural 32, DIBAM, Santiago de Chile.
• Giddens, Anthony (1998), Más Allá de la Izquierda y la Derecha, Cátedra Madrid.
• Jonas, Hans (1995), El Principio Responsabilidad, Herder, Barcelona.
• Levinas, Emmanuel (2000), La Huella del Otro, Taurus, México.
• Moratalla, Agustín D. (1997), Ética y Voluntariado, PPC, Madrid.
• Osorio, Jorge (1998), “Ciudadanía Democrática y Ética de la Sustentabilidad del Desarrollo”, en Formación Ambiental Nº 23, PNUMA.
• Pettit, Philip (1999), Republicanismo. Una Teoría sobre la Libertad y el Gobierno, Paidós, Barcelona.
• Pnud (2000), Informe de Desarrollo Humano de Chile, Santiago.
• Rifkin, Jeremy (2000), La Era del Acceso, Paidós, Barcelona.
• Tejerina, Benjamín (1998), “Los Movimientos Sociales y la Acción Colectiva. De la Producción Simbólica al Cambio de Valores”, en Ibarra, P y Tejerina, B (eds.) Los Movimientos Sociales. Transformaciones Políticas y Cambio Cultural, Trotta, Valladolid.
• Zald, Mayer N. (1999), “Cultura, Ideología y Creación de Marcos Estratégicos”, en Mc Adam, D.; Mc Carthy, J.; Zald, Mayer (eds.) Movimientos Sociales: Perspectivas Comparadas, Istmo, Madrid.



( ArtículoPublicado en Revista Sustentabilidades, N° 5, 2011
Revista Sustentabilidades | Huérfanos 1721. Santiago – Chile )

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