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Construir lo Común desde la Educación

Construir lo Común desde la Educación


Jorge Osorio Vargas


En un fenómeno que consideramos notable y auspicioso se vuelve a hablar de la educación en el marco de una lectura crítica de su tradición ética. La pregunta que merece plantearse es cómo la educación de esta década puede confrontar, desde una pedagogía de la esperanza y de la autonomía, a lo que se ha llamado el crepúsculo del deber y revertir una tendencia que se aprecia en muchos países hacia una ciudadanía fatigada y vacía. ¿Existen señales que nos permitan apreciar en las nuevas formas de acción cultural y política, que se desarrollan desde los movimientos sociales, la emergencia de un nuevo modo de practicar la educación?
Plantear que las condiciones contradictorias de la sociedad post-industrial redefinen los modos de vivir el tiempo humano implica, desde una racionalidad no únicamente económica , abrir nuevas posibilidades de pensar y practicar la educación. En efecto, la “situación de riesgo” que implica la globalización vis a vis la situación de posibilidad de acumular un capital político alternativo al neoliberalismo desde los movimientos sociales permiten generar un escenario nuevo en que la educación construya sus “imperativos” y “justificaciones” y sobre ellos nos queremos referir en este texto.

El planteamiento central de la tesis de la sociedad de riesgo es que los riesgos están insertos en la misma sociedad y no podemos buscar soluciones en los mismos productores del riesgo. La sociedad se vuelve desconfiada ante las dinámicas que la constituyen. La modernidad es vista como una amenaza, irrumpe la experiencia de lo incontrolado, de lo incierto, la dependencia, la vulnerabilidad, el desvalimiento ante la contingencia, la exclusión. Se impone el miedo, la sociedad se hace más agresiva, fundamentalista, descreída y enclaustrada en espacios privados seguros.

Las razones de esta sociedad de riesgo está en las nuevas relaciones que la modernidad establece con los recursos de la naturaleza y la cultura, se amenaza la biosfera y se violan o exterminan las tradiciones y los recursos culturales propios de comunidades locales. El derecho, la economía, la ciencia y la tecnología se hacen sospechoso y ellos mismos son identificados como elementos de riesgo. El estado de bienestar está en crisis o bien en los suelos, clausurado, lo que profundiza la indefensión y la vulnerabilidad.

Pensamos que desde la educación enfrentar estas “condiciones de época” supone desarrollar dos grandes principios ético-políticos que complementan los principios de Esperanza y Autonomía planteados por Paulo Friere:

El primero es el principio de la reflexividad, que plantea una Otra modernidad, capaz de actuar para enfrentar la incertidumbre del riesgo, a través del fortalecimiento de redes y asociaciones “interpretativas” de ciudadanos-as que restablecen con el Estado nuevos contratos en los cuales se garantizan derechos sociales fundamentales y desarrollan instituciones solidarias que reponen como valores de sustentación del nuevo cambio cultural la reciprocidad y la confianza y plantean una eco alfabetización que median en las nuevas maneras de politización de la sociedad como resultado de los conflictos de riesgo.

El segundo es el principio de procura definido como la recuperación del sentido de la solicitud por el otro y la solidaridad y responsabilidad con el género humano y el medio ambiente.
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El principio de procura se constituye en un argumento muy significativo de la educación popular pues plantea la exigencia de entenderla como un proceso de creación cultural que se constituye en los espacios privados y públicos en se que construye la solidaridad como valor político que sustenta la construcción de ciudadanías democráticas fuertes. La educación debe desarrollar y fortalecer la educación para la ciudadanía democrática para promover nuevas formas de organización ciudadana .

Siendo la educación una acción cultural, es pertinente preguntarse cómo en la sociedad es posible capitalizar el sentido ético de la solidaridad, promover una nueva imagen de sociedad justa y abrir una puerta a la reflexión acerca del significado actual del construir lo común en una sociedad fragmentada por las dinámicas neoliberales

A nuestro entender un aspecto clave del debate actual sobre la educación es desarrollarla en una dirección de responsabilidad social ante los dilemas e incertidumbres de la sociedad de riesgo, los miedos, la exclusión social y el deterioro ambiental. Los desafíos de una sociedad de riesgo nos obliga a entender la educación como un recurso comunitario, como expresión emergente de una ética política que nos lleva a plantear un necesario proceso de politización de la educación (es decir, la educación convertida en esfera pública y sujeta a disputas de hegemonía y orientación política)

La educación sería entonces una expresión de una moral pública, que crea confianzas entre sujetos y habilita a quienes la practican en el respeto a la diversidad del otro y a sus derechos; abierta a procesos voluntarios orientados a la creación y potenciación de vínculos y capacidades sociales que permitan que los sujetos de tal educación se hagan competentes, autónomos y buenos gestores de los recursos de su desarrollo.


Este planteamiento obliga a las instituciones educativas actuar como mediadoras, capaces de vincular los llamados espacios vitales donde se origina la educación (los individuos, los movimientos sociales, las comunidades, las asociaciones ciudadanas, etc.) con las realidades de la exclusión y de la discriminación .

Reconocemos que la educación debe ser capaz de asumir las dinámicas propias de cada época y por ello nuevas condiciones están permitiendo que nos planteemos este debate. Influye en estas nuevas tendencias de la educación la disponibilidad de gran información acerca de los ámbitos de la vulnerabilidad humana en esta época, la fuerza con que se impone la idea de la pertinencia de actuar en lo público creando capacidades entre los sujetos de la educación popular para hacerlos cultural y políticamente competentes, la tendencia a sustentar las democracias en ciudadanías responsables y participativas, que exigen un tipo de responsabilidad social y ciudadana distinta al civismo liberal .

Es preciso reconocer que hoy la educación no puede ser ajena a los procesos de deconstrucción de lo tradicional: el mundo global y los espacios vitales originarios de la educación se hacen más inciertos y se colonizan con nuevas interrogantes resultantes de la consolidación de la sociedad de riesgo. Las instituciones educativas requieren dosis mayores de reflexividad, razonamiento y argumentación para explicar y dar sentido lo que en otro tiempo se daba por supuesto. En algunos casos la tendencia ha sido hacia la tecnificación de la educación; en otros casos, la educación se asume como una práctica situada en el ámbito de la cultura y por lo tanto el asunto principal es reflexionar sobre su sentido en la actualidad y transformarla en un “recurso” comunitario.

Es preciso reconocer la influencia que está teniendo, en algunos contextos nacionales, un nuevo movimiento político- educativo. Algunas de las novedades que plantea este enfoque son : a)la redefición del sentido y gestión pública de los sietma educativos; b) el descubrimiento del tiempo disponible que deja la nueva sociedad de la información y que potencialmente puede orientarse a la acción social voluntaria, a la adhesión a movimientos solidarios de carácter mediáticos; c) el fortalecimiento de la práctica de un asociativismo ciudadano que pone el acento en la llamadas demandas post materiales; d) el retorno de la pregunta por el sentido de lo común como un tema clave de la modernidad que abre una nueva conversación acerca de los derechos humanos en cuanto valores universales;e) la actualización del tema del reconocimiento, de la confianza y la reciprocidad, como componentes del capital social de las comunidades revalorándose la dimensión cultural de todas las políticas de desarrollo en cuanto acciones habilitadoras, creadoras de capacidades y que reconocen la diversidad de los grupos humanos y los derechos a la diferencia.

Podemos reconocer que no resulta posible mantener una educación solamente reactiva y que es preciso desarrollar una educación ciudadana pro-activa ante los desafíos de la sociedad del mundo-riesgo y de la vulnerabilidad que afecta a importantes grupos humanos y al medio ambiente y los recursos naturales. Esto exige la elaboración de nuevos mapas de organización del conocimiento de la realidad y de la época y hace más compleja las transformaciones de los mundos vitales originarios de la educación popular, cuyas tendencias son contradictorias y nos llevan a preguntarnos por la educación de las comunidades , por la calidad de la educación moral de las escuelas, por la capacidad de generar solidaridad social desde las organizaciones de la sociedad civil y por el multiculturalismo y los derechos de la diversidad, entre otros asuntos.

Tenemos por delante la tarea de explorar cómo se van desarrollando estos procesos y analizar experiencias y prácticas que desde la innovación van abriendo camino hacia la educación popular actual. Para ello debemos saber qué tipo de nuevas “disposiciones” se requieren desarrollar en las instituciones que promueven la acción educativa para generar respuestas ante los nuevos desafíos y desde qué tradiciones intelectuales podemos elaborar los conceptos que sustenten los nuevos aprendizajes.

De este punto de vista la educación debe formar parte de la agenda de un nuevo movimiento orientado a la redefinición de las políticas del desarrollo y de las responsabilidades sociales de los diferentes sectores de la sociedad, en el cual se incluyan temas como la renovación de los roles y funcionamiento de las instituciones públicas, las relaciones entre los gobiernos y la sociedad civil, las reformas de los sistemas educacionales y de las políticas sociales, las políticas orientadas a conseguir la sustentabilidad medioambiental del desarrollo, la ética de los emprendimientos económicos, la acción global para una nueva ciudadanía democrática .

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