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El Sueño de la Historia: cuestiones narrativas e historiográficas en Jorge Edwards

El Sueño de la Historia: cuestiones narrativas e historiográficas en Jorge Edwards

Jorge Osorio Vargas



En este breve ensayo nos referimos a la concepción de novela histórica de Jorge Edwards (en adelante JE), a partir de la lectura de El Sueño de la Historia. Nuestro punto de partida es el reconocimiento de que en la producción narrativa de JE existe una poética de la memoria, es decir un programa creativo que pretende la reconstrucción del pasado bajo algunas claves y recursos interpretativos sustentados en tesis explicitadas por el autor en ensayos y comentarios sobre su propia obra. Las fuentes de este programa están en textos como El Peso de la Noche (1965), Persona Non Grata (1973), Los Convidados de Piedra (1978), El Museo de Cera (1981), El Anfitrión (1987), Adiós Poeta (1991), El Origen del Mundo (1995) y en la novela que será objeto de nuestros comentarios, El Sueño de la Historia (2000).
Agregaremos a esta serie de textos un ensayo que JE publicara en 1980, en el cual desarrolla su enfoque en relación a la nueva novela histórica latinoamericana (NNH): La Recuperación de la Historia: Santiago, 1980.

En una entrevista publicada en México, durante el año 2000, JE ilustra la tendencia memorial de su obra señalando que en la historia de Chile "los fantasmas escondidos en los roperos vuelven a salir siempre", estableciendo una relación muy sugerente entre la narrativa histórica y la narrativa fantástica, sobre lo cual volveremos más adelante. En esta misma entrevista, JE define El Sueño de la Historia como una novela que surge de un "desván", de la memoria entendida como una caja fantástica, fuente de espectros y de sueños a la vez. Para JE la novela histórica en Chile siempre será un relato de sombras y ambigüedades, dada la tendencia al ocultamiento que tendrían los chilenos. De este modo, para nuestro autor, es paradojal que se diga que Chile es un país de historiadores cuando la historia está repleta de acontecimientos no narrados, ocultos y mantenidos bajo secreto.

En nuestra opinión, el "desván" desde donde emerge el relato de El Sueño de la Historia es también una especie de artefacto productor o creador de narradores. El encuentro con el desván transforma al recién llegado (al exiliado) en Narrador. El encuentro de éste con la historia genera una dinámica transformadora que lleva a la escritura. En este sentido, podemos decir que, en JE la confrontación con un pasado nebuloso y no narrado explica su escritura develadora y crítica.

En El Sueño de la Historia, el Narrador -personaje y recurso- rezume el encuentro de la historia y la escritura, presentándose el oficio de novelar tanto como un acto documental como un programa de ficción. Los documentos del siglo XVIII depositados en el "desván" son una especie de primera novela, pretexto de una ficción que el "Novelista" elaborará a manera de una "tesis" literaria sobre la mutación de Chile y de sus "agujeros negros". El Palacio de la Casa de Monedas, obra mayor de Joaquín Toesca y el desván o caja de sombras y de sueños serán las imágenes más significativas de esta mutación. Tanto el Palacio como el desván son una especie de espejos que ponen vis a vis la utopía fundadora del orden de Toesca y el fracaso de la república.

El Sueño de la Historia es una obra "espacial": el Palacio, la ciudad y el desván son espacios constructores de sentido literario. La Moneda es el territorio de lo imaginado, de lo fallido y de la muerte; la ciudad es el ámbito de las traiciones, de la frustración y del fracaso de las ideas nuevas de Toesca y de todos los toescas de la historia del país que han pretendido crear órdenes nuevos desde una poderosa razón moderna; el desván es un terreno de la conciencia, de los fantasmas y de los miedos individuales y familiares, del delirio y la locura. Todos son territorios de sueños inconclusos, de actos fallidos, de buenos proyectos que fracasan, que quedan a la espera, detenidos en el tiempo. A veces el sueño de la historia pareciera coincidir en JE con el fin de la historia. Con el fin, no porque se cancelen los acontecimientos sino porque se la oculta, se la secuestra, se la hace desaparecer.

Toesca y La Moneda son las imágenes simbólicas de una dialéctica fatal en la novela: la naturaleza pugnando con la libertad y la libertad con el ingenio y la invención. Sin embargo, El Sueño de la Historia no es una novela pesimista sino un texto de "recuperación", de evidencias y de develación. Hay en ella un programa narrativo que se inspira en cierto historicismo literario. Podríamos decir que, en JE, tal teoría no es otra cosa que una demostración de la vigencia del peso de la noche portaliano aún a fines del siglo XX. De este modo, el rol del Narrador sería explorar las ambigüedades de la "historia nueva", que se tropieza cada vez con una historia repetida, que no avanza, cancelada hacia el futuro.

El Narrador termina siendo otra persona non grata pues sus preguntas por lo aparentemente ya definitivo (el orden, las ideas, la imagen del país, etc.) y la arqueología documental que lleva adelante (sacar los datos del desván) son contestados por el toque de queda (material y espiritual) y por los dictámenes del poder. Las preguntas por la historia propia ( o la pregunta única del plebiscito), ponen al país en una orilla, luego de vivir un largo tiempo lejos de los límites, en la seguridad de la "queda", en el territorio de una ciudad amurallada por el Mapocho y la Alameda. Más allá de estas murallas está lo ignorado, la muerte, los placeres, los deseos, como bien lo narra Nona Fernández en su reciente novela Mapocho (Santiago: 2002).

Interrogado JE si el Sueño de la Historia es un novela histórica, contesta: "Tengo mis dudas, porque es la novela de un narrador aficionado y seducido por la historia ,que empieza a descubrir una trama, pero que no conoce totalmente el período que está descubriendo. Como hay grandes vacíos en lo que cuenta, opta por aventurar que las cosas fueron así o sucedieron de esa manera .Mi narrador es un ser dubitativo, conjetural y quizás en ello radique su modernidad…Lo moderno de este narrador es que no sabe todo, no es el ser omnisciente que conoce todos los hilos de la historia y cuando inventa lo anuncia : "Yo creo que esto sucedió así…" .

Estamos ante una novela que se plantea dudar de la historia, de inventar el contenido de los agujeros negros de la historia patria, que se permite reelaborar el peso de la noche. El Narrador es un "aficionado", un amateur, es decir, un amador, que "escucha" el pasado con un sujeto "escribiente", que lo alza a la categoría de "escritor", de "inventor". La historia de Chile no sólo debe ser reescrita, y reinterpretada, sino inventada, vuelta a crear. Lo non grato del "regreso" a la historia propia implica que el oficio de narrar tenga algo de ritual, de sacerdotal: es preciso volver a darle sentido a todas las cosas luego de un exilio, que no es sólo el del Narrador, sino el de toda la historia. Historia exiliada, historia secuestra. Estamos ante un programa narrativo radical. La poética de la memoria de JE es radical, es religiosa. JE quiere religar la historia y él ser su nuevo autor. Esta es la identidad y el propósito del Novelista.

El Narrador no es el autor, es el amanuense, un recurso vicarial para que se manifieste el poder creativo del Novelista. El Narrador puede inventar, puede, ante la duda, conjeturar, tomar una posición, borrar o poner lo que quiera. El Novelista permanece en una cima como un arquitecto, como el que pondrá el orden, el Toesca de la novela. JE reconoce, en la entrevista citada, que el Narrador le permite resguardarse como autor y acometer un período poco conocido de nuestra historia de manera conjetural. JE sabe que han querido comparar El Sueño de la Historia con la narrativa de Alejo Carpentier. Entonces contesta como Autor, como el Novelista que es: "…mi tono es mucho más conjetural, menos afirmativo. Para mis narradores, las cosas no son sabidas como para el narrador de Carpentier. Su narrador sabe lo que pasa. En El Sueño de la Historia el conocimiento es parcial, no se sabe todo, hay una memoria que yo relleno con un relato conjetural". La historia puede ser inventada pues todo conocimiento de ella es parcial. La imaginación tiene un rol en la historia, es la memoria fermentada, dice JE, citando al escritor portugués Lobo-Antunes. La imaginación es lo que le da coherencia a la historia, a los datos del narrador, lo que le otorga el sentido a los acontecimientos. Ese es el atributo del Novelista: imaginar la "idea" de la historia.

La memoria sedimentada en la escritura del Novelista es una memoria profunda, un sueño profundo, por ello, para JE, la novela histórica tiene un contenido fantástico y surrealista. Sólo este carácter le permite a la novela histórica ser deconstructiva; la narración convencional o documental suele quedar a ras del piso, prisionera de los protocolos establecidos y respetuosos de los silencios y de los entierros. La novela fantástica será la única que es capaz de darle a la narración histórica una intriga historiográfica nueva y desbordante.

Es interesante revisar el ensayo La Recuperación de la Historia, publicado por JE en 1980, pues nos permite entender varios aspectos claves de su planteamiento sobre la novela histórica y nos ilumina los comentarios de El Sueño de la Historia.

JE señala que en los años 50 y 60 la concepción de Balzac del novelista como el historiador privado de las naciones está siendo definitivamente sepultada por una nueva novela "textual", comprimida en sí misma, creadora de mundos, territorios y lenguajes propios, cuyo máximo exponente será Borges. Según JE, otra expresión del fin de la novela realista es la novela reflexiva y crítica que crean en Europa autores como Sartre y Pavese. Estas nuevas literaturas son para JE una especie de "literaturas parasitarias", que parten de los libros y se desplazan al interior de los llamados "espacios literarios", donde el tema de la novela pasa a ser el drama de la escritura, del acto creador en sí. El acto creador será una aventura verbal, que no conoce de antemano sus resultados. El escritor se concibe como un "escribidor", asumiéndose la diferencia que introduce Roland Barthes entre el écrivain (el creador literario) y el ecrivant (el informador). Agregamos nosotros que Walter Benjamin, en la década del 20, había planteado también una distinción entre el Narrador y el Novelista, el primero trabajando sobre lo anecdótico y el segundo sobre el sentido y la filosofía de la historia.

Para JE, desde los años 60 la novela textual cede espacio a la novela histórica anglosajona, influida por el "nuevo periodismo" y la "non fiction" norteamericanas. JE ve también en América Latina un proceso crítico a la novela textual, a través del desarrollo de las nuevas novelas históricas de Carpentier, Roa Bastos, Vargas Llosa, del Paso, entre otros, aunque transitan a través de senderos diferentes a los de los autores anglosajones (que JE ejemplifica a partir de la obra de A. Burgess). Esta NNH latinoamericana no romperá con Borges, aun más radicalizará su paradigma haciendo de la novela histórica una novela fantástica, incorporando en su programa narrativo las sombras de la memoria que son los sueños y lo absurdo. JE eleva a la máxima categoría de la nueva novela histórica universal a M. Kundera, pues llegaría a reconstruir un nuevo espacio y un nuevo texto kafkiano en la Praga de la descomposición comunista, introduciendo a la narrativa histórica la risa, el olvido, "la vida que está en otra parte", los amores ridículos, la "levedad del ser".

¿Está en el Sueño de la Historia completamente plasmada la posibilidad historiográfica de ficcionar e inventar las zonas vacías y calladas de todo discurso histórico?

¿Se produce con la adopción del recurso del Narrador y sus conjeturas una vía conceptual para introducir lo que hemos llamado la intriga historiográfica de la NNH? Esta pregunta nos invita a indagar de otra forma los recursos y estrategias narrativas de la NNH, para saber si hay en ésta una teoría de la memoria en cuanto un discurso del pasado sometido al "rigor" de la imaginación. Dicho de otra manera, si la NNH es una especie de nueva economía carnavalesca del olvido, estructurado en una fiesta de palabras, lo que significa que lo no nombrado, lo silenciado, lo secuestrado, lo no sabido, igual se cuenta o se inventa. De esta manera se pretende provocar, generar disputas con los historiadores y poner en cuestión las verdades oficiales, sean académicas o políticas.

Koyré señaló que la ausencia de toda inscripción previa impone la invención. Desde esta afirmación asumimos que la NNH busca huellas sobre las cuales nadie ha reparado y si no las encuentra las inventa, es decir crea sujetos que jamás han hablado, historias que jamás han sido contadas, jamás inscritas. Por eso la NNH es delirante. La escritura de El Sueño de la Historia es delirante, como delirante es Los Perros del Paraíso de Abel Posse.

Este carácter delirante de la NNH significa que lo que nunca pasó también puede ser dicho o narrado, ser constituido en acto, para propiciar una nueva interpretación de la historia. De ahí que, a nuestro entender, no es desacertado hablar de la NNH como textos de alcance historiográfico, pues hay en éstos una teoría de la historia.

La NNH genera un especie de espacio "psicoanálitico", la historia se presenta como sujeto de terapia, que busca la cura por la memoria . Así, toda verdad histórica es construida desde la memoria-escritura. La ficción es la vía para llegar a una "verdad original", la reconstruida por el novelista. Esta "verdad original" es por lo general conjetural, merece varias lecturas, invita a dudar, sea porque el narrador no es confiable, sea porque la exageración, como recurso, hace desconfiar también al lector. Esto sucede en El Sueño de la Historia con la ambigüedad de los narradores y con la exagerada vida, no de Martin Romaña, pero sí de esta Manuelita protagonista de un extremado activismo sexual.

La "verdad original" que busca la NNH supone lectores capaces de "leer" y "hermeneutear" activamente, para articular el texto con la historia, para construir coherencia entre lo dicho, lo dado y lo reelaborado. Según R. Chartier, historiador que se ha preocupado de estos asuntos, estas cuestiones plantean dos importantes temas: el retorno de la historia sobre sí misma, pensando su dimensión literaria, y la consideración de la literatura como objeto también de intriga historiográfica . La historia puede revelar los recursos y programas de la escritura provocando una legibilidad más densa y compleja de los textos.

A partir de esta afirmación de R. Chartier podemos plantearnos algunas interrogantes finales sobre El Sueño de la Historia:

¿El Sueño de la Historia expresa el fracaso de la historia y el triunfo de la literatura?

¿Sólo desde la literatura puede reconstruirse el sentido de la historia aunque esto signifique llevarla al límite del delirio y lo absurdo?

¿El historiador sólo podrá serlo plenamente si se hace Novelista?

¿Sólo habrá historia "verdadera" si encontramos el "desván" útil para cada época, para cada personaje, lo que sólo es posible en la lógica de la casualidad y no en la lógica del método (como podría señalar Feyerabend en su Contra el Método)?

¿La tarea de la NNH es escribir sobre los vacíos, nombrar lo no inscrito, a la manera de un arqueólogo del olvido o de un psicoanalista de lo ambiguo?

Si, como señala Derrida, la arquitectura es el ámbito del habitar, ¿es el fracaso de Toesca el fracaso de todo el habitar de Chile y el rol del Novelista intentar la nueva arquitectura, ya no la del XVIII (racionalista y pretenciosa) sino una arquitectura textual que dé sentido al fracaso y al peso de la noche, planteando nuevas preguntas a la historia, desde la conjetura y desde esa otra "razón" que es el delirio, es decir narrando como sucedido y real lo que ni siquiera ha existido ?

¿Si fracasa el utopismo ilustrado de Toesca, si fracasa el narrador en su intento de "restaurar" una idea de libertad desde los textos del desván-diván, no hubiese sido "más político" que el Novelista adoptara la voz de las contracaras del fracaso de Toesca, es decir de esos otros exiliados, Lacunza y Molina, que no escribían en la época el sueño de la historia sino el relato del fin de los tiempos?

¿El Sueño de la Historia nos permite la exploración del imaginario literario del siglo XVIII en la narrativa iberoamericana de fines del siglo pasado y principios del actual, indagando sus palabras fuertes (razón, revolución, ilustración, enciclopedia, Estado) y la hibridez que resulta del fracaso de sus proyectos más emblemáticos en una cultura que pareciera no querer dejar de ser barroca?


Referencias Bibliográficas:


- La entrevista de JE está publicada en : www.operamundi.com.mx Revista Digital Nº 4, México, 10 septiembre, 2000.

- El ensayo La Recuperación de la Historia está en Mensaje Nº 287, Santiago, marzo- abril, 1980.

- La metáfora arquitectónica tomada de Jacques Derrida está en su texto No Escribo sin Luz Artificial, Cuatro, Valladolid, 1999, pp. 134 y ss.

- Sobre las ideas de arquitectura en el siglo XVIII véase el libro de Antonio Bonet, Fiesta, Poder y Arquitectura, Akal, Madrid, 1990 y el texto sobre Toesca de Gabriel Guarda, citado en clases.

- Sobre arquitectura y literatura ver el artículo de Antoni Alonso e Iñaki Arzoz, Poeta en la Ciudad, en www.siruela.com/ned/w06c03.html; de Renato Ortiz, Modernidad y Espacio: Benjamin en París, Norma, Bogotá, 2000; de Horacio Capel, Dibujar el Mundo: Borges, la Ciudad y la Geografía del siglo XXI, Ediciones del Serbal, Barcelona, 2001; de Susan Buck-Morss, Dialéctica de la Mirada. Walter Benjamin y el Proyecto de los Pasajes, Visor, Madrid, 1995.

- El planteamiento de R. Chartier se encuentra en su libro Cultura Escrita, Literatura e Historia, FCE, México 1999.p. 122.

- Sobre Lacunza y Molina como contracaras de Toesca ver el texto de Miguel Rojas Mix, El Fin del Milenio y el Sentido de la Historia: Manuel Lacunza y Juan Ignacio Molina, Lom, Santiago, 2001.

- Sobre el Narrador y el Novelista en Benjamin ver: Manuel Barría, Pobreza de Experiencia y Narración. Un Paseo por los Alrededores de Walter Benjamin, en Archipiélago Nº 50, Barcelona, 2002, pp. 31 y ss. ; y el texto de Rafael García, El Narrador y su Red. Walter Benjamin, en García, Rafael, Ensayos sobre Literatura Filosófica, Siglo XXI, México, 1995

- Sobre el imaginario literario del XVIII en la narrativa iberoamericana de fines del siglo pasado ver de Carmen Martin Gaite, Conferencia sobre el XVIII, en, Pido la Palabra, Anagrama, Barcelona, 2002; de Jorge Hernández (comp.), Carlos Fuentes: Territorios del Tiempo, FCE, México, 1999; de Gonzalo Celorio, Ensayo de Contraconquista, Tusquet, México, 2001. Y las novelas: El Siglo de las Luces de Alejo Carpentier, Cuba, 1962; La Tejedora de Coronas de Germán Espinoza, Colombia, 1982; La Mujer Doble de Próspero Morales, Colombia, 1990; Rafaela de Ricardo Pasos, Nicaragua, 1997; Cosa Mentale de Antonio Gil, Chile, 1997; Otro Golpe de Dados de Pablo Armando Fernández, Cuba, 1993; Memorial del Convento de José Saramago, Portugal, 1982; El Mundo Alucinante de Reinaldo Arenas, Cuba, 1981.

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